La vicepresidente está muy preocupada ante la inminente derrota del 14 de noviembre
Dicen cerca de Cristina Kirchner que ya no sabe qué más hacer para despegarse de Alberto Fernández y tratar de ensuciar a Mauricio Macri con el mismo barro en el que ella está embadurnada. Cuentan, muy cerca de ella, que cuando le mostraron el video de Alberto Fernández tocando al presidente Joe Biden, tratándolo con semejante nivel de chabacanería, le dio vergüenza ajena.
Aunque Cristina Kirchner esté segura de que el próximo miércoles su archienemigo Mauricio Macri será procesado por un juez impresentable, afirman que la vicepresidenta no tendrá nada para festejar. Es que ella no es tonta. Ella está presintiendo el inexorable final de su ciclo político. Ella está intuyendo que ya no le funcionan los trucos de siempre ni las amenazas como las de Máximo Kirchner al Presidente y al gobernador Kicillof.
Ella espera una nueva derrota electoral el próximo domingo 14 de noviembre. Ella camina por las paredes, cuando los dirigentes a los que ella consideraba sus herederos, como Axel Kicillof, se muestran tan poco creativos para tratar de revertir la elección. De hecho, este lunes sus abogados le confirmarán algo que no la dejaba dormir: la existencia de más evidencias sobre su participación directa como presunta jefa de la asociación ilícita.
Se trata de la causa denominada Los Cuadernos de la Corrupción. Se trata de los resultados de los cruces de las llamadas entrantes y salientes, producidas desde 2003 hasta 2015, entre la propia Cristina Kirchner, los empresarios que pegaron coimas y los exfuncionarios que las cobraron. Es decir, los denunciados en la investigación penal con más prueba de la que se tenga memoria por el chofer de Roberto Baratta, Oscar Centeno.
De nuevo, son los cruces de llamadas de más de 500 líneas que el juez de la causa pidió en su momento. Las llamadas entrantes y salientes entre los teléfonos asignados a Cristina Fernández y los asignados a Rudy Ulloa, el ex cadete de Néstor Kirchner que devino multimillonario y cuyas cuentas están embargadas. Ella sabía. Ella siempre supo. Siempre estuvo al tanto. Antes, durante y después de la muerte de Néstor Kirchner.
Ella sabe, también, que los fiscales y jueces de Comodoro Py que la siguen investigando, ya no tendrán incentivos para sobreseerla o desestimar la acusación. Ella está, ahora, en el peor momento de su carrera política. En el mismo lugar de Carlos Menem, en mayo de 2003, cuando le ganó a Kirchner con el 25 por ciento de los votos, pero no se presentó a la segunda vuelta, porque intuía la última derrota electoral de su vida.
Ella convive ahora con la peor imagen negativa de toda su historia. Con más del 70 por ciento de los argentinos en contra. Compitiendo con el rechazo social que despiertan Luis D Elía, Aníbal Fernández, Hugo Moyano, Juan Grabois, Axel Kicillof y también de la de su hijo, Máximo Kirchner. Señalada con el dedo por haberse borrado en el peor momento de la pandemia. Por haber cobrado dos jubilaciones de privilegio.
Por reclamar una indemnización que representa decenas de miles de jubilaciones mínimas. Y a toda esa carga de bronca, hay que agregarle la indignación por las diferentes variantes del plan platita, y la desesperación por conseguir un voto, que incluye, por supuesto, la violencia de la militancia K de las últimas horas. Por eso, Cristina Kirchner que de tonta no tiene un pelo, sabe que ella y el kirchnerismo ya no son considerados parte de la solución.
Sino como uno de sus principales dramas. Ahora lo único que falta saber es si después del 15 de noviembre ella se hará cargo, efectivamente, del Gobierno o si mandará a sus chicos grandes, de nuevo, a renunciar en masa, para terminar de vaciar de poder a Alberto Fernández. Los argumentos que va a utilizar ya los conocemos. Los adelantó Fernanda Vallejos en su histórica e histriónica intervención después de la derrota de las últimas PASO.