Décadas de promesas que no se sostuvieron en el tiempo, hace que hoy surja el voto antipolítica encarnado por Javier Milei. Los espacios se disputan tercios que apenas suman poco más del 20% de la intención de voto. La militancia de hoy vive de los anhelos de tiempos cortos durante los cuales sus propias políticas los condujeron al fracaso.
Si bien es una generalización, la sensación que pueden llegar a tener la mayoría de los argentinos es que los únicos que creen en el país son los políticos. Es que no debe haber trabajo mejor rentado que ser funcionario, por eso tanta fe en un país en el que desde hace medio siglo no funciona ninguna idea para la Argentina.
Diez años es lo máximo que duró algún proyecto político económico. Y a los bandazos, de derecha a izquierda, todos cayeron sin poder dejar una macroeconomía en la que pueda basarse un desarrollo sostenido.
El que se vayan todos de diciembre de 2001 quedó como una anécdota de la historia. Hoy el país está peor que en ese entonces y los que pueden mirar el contexto apenas un paso atrás de cualquier pertenencia a un partido o ideología, como un antropólogo social que tiene que describir una realidad despojándose de sus preconceptos, entienden el desánimo, la desesperanza y el por qué del surgimiento de un personaje nuevo en la política como Javier Milei. No es una novedad, pues Carlos Menem es el que abrió la última etapa liberal en Argentina. Bajo el disfraz del peronismo tuvo espacio para hacer cosas que bajo otro signo político hubiera sido imposible, o únicamente con una dictadura. Hoy nadie se hace cargo de ese “justicialismo” liberal.
El común de la gente se cansó de décadas de promesas que siempre terminaron en saco roto. Son siempre los mismos, con relatos grandilocuentes, elevando el tono en los actos al cierre de frases, para que truenen los aplausos y los bombos como una orquesta bien afinada que sabe en qué momento tiene que entrar cada instrumento. Después solamente probaron que fracasaron todos.
Permítase una referencia futbolística. Cada uno desde 1983 hasta hoy, tuvieron entre manos un país con muchísimos recursos, pero todos terminaron como la selección de Bielsa en el Mundial 2002.
Las encuestas que maneja tanto el oficialismo como la oposición en provincia de Buenos Aires, que es donde se define una elección presidencial por caudal de votos, genera por estos días un alboroto. Los principales espacios, como Juntos por el Cambio, el kirchnerismo/peronismo rondan en poco más del 20% de los votos. Pero lo que preocupa a ambos es que Milei se sumó a esa puja con igual intención. En un acalorado debate en un programa radial afín al kirchnerismo conducido por Daniel Tognetti, deslizaron que en ese escenario el kirchnerismo podría llegar a quedar cuarto en el conteo de las PASO y que eventualmente un ballotage presidencial se definiría entre Juntos por el Cambio y los libertarios. Alguien del panel puso paños fríos y mencionó que era imposible, que solamente era necesario trabajo de la militancia.
Es que la gestión del oficialismo no tiene nada que exhibir para decir “por esto tienen que votarnos”. Como suele decirse, con el diario del lunes, Alberto Fernández fue la peor decisión del Frente de Todos como candidato. Lo que en su momento fue visto como una jugada magistral de Cristina Kirchner, en la práctica demostró que no estaba a la altura para conducir el país. Daba vergüenza ajena escucharlo como cuando habló de los bolivianos, que “tuvieron un presidente que se parecía a los bolivianos”, que “los brasileños descendían de la selva”, y lo peor para nosotros, sostener que su gobierno no tenía plan económico.
La imagen de respeto que había acumulado desde que fue jefe de gabinete de Néstor Kirchner comenzó a esfumarse cuando se convirtió en el candidato de Cristina, a quien había criticado de todas las formas posibles. Para los que están en política esto es algo normal, pero para el votante, el laburante, el que intenta mantener una conducta ética y moral, es algo vergonzoso que alguien cambie de parecer de esa forma. En este punto, por los políticos que se manejan así, es que tienen tanta mala fama y es prácticamente inevitable que caigan todos en la generalización.
Los argentinos somos conocidos por sentir el fútbol como una religión. La razón queda sepultada bajo la pasión, el club se vuelve el centro de nuestras vidas, no importa si eventualmente hay un mal técnico o malos jugadores. Los colores de la camiseta están más allá de todo. De esa misma forma muchos viven así la política, sin cuestionar nada, enceguecidos por los ideales del partido y sin autocrítica a la conducción. Bueno, en realidad en el fútbol si se puede ir contra la dirigencia, pero en la política, los que conducen el movimiento son elevados a la categoría de dioses o reyes. No se los cuestiona y se los defiende como sea. No importa si es verdad o mentira lo que se diga de ellos, los ven como si estuvieran más allá del bien o el mal. Un ejemplo de esto, la movilización de La Cámpora este pasado jueves a los tribunales de Comodoro Py por la condena a Cristina.
Es habitual que en campaña se vea a los candidatos mostrándose cerca de la gente, pero en escenarios que previamente están preparados para que no pase nada, que no haya una reacción popular. En 2019, Mauricio Macri fue víctima de una situación así y eso fue explotado por la oposición de entonces.
“No tengo pruebas pero no tengo dudas” dijo Cristina una vez. Sobre esta afirmación podría decirse que si bien perciben sueldos altos, es inexplicable el nivel de vida que llevan ciertos personajes de la política, aunque sus estados contables muestren una supuesta transparencia.
Es muy difícil que sean víctimas de la inseguridad. Cuanto más alto se encuentra en la línea partidaria, el funcionario/a duerme con custodia, mientras que la gente común lo hace encerrada y con el anhelo de que ningún delincuente ingrese a la casa.
Muchas veces se critica a la gente adinerada, diciéndose que viven desconectados de la realidad de la mayoría, pero si alguien se pone a pensar un momento, ¿acaso no vive igual la clase política? Altos estándares de vida mientras una parte importante de la base de votantes lo hace en condiciones de miseria y encima con la esperanza de que ellos los van a sacar de esa situación.
¿Por qué creen en ellos? ¿Porque los convencieron con los discursos de un país mejor? ¿Por el contrato que pueden llegar a conseguir en el Estado? ¿Por el colchón, la heladera o los alimentos para el comedor del barrio? ¿Porque o sino gana la derecha? ¿Porque o sino van a ganar los zurdos empobrecedores? ¿Porque van a ganar esos a los que les conviene que haya pobres para seguir en el poder?
Algunos de los que estudian la economía argentina mencionan que la decadencia argentina comenzó con el “Rodrigazo” del ministro de economía de Isabel Perón y se profundizó con el modelo de la dictadura. Hoy muchos anhelan el 1 a 1 de Menem y la época del crecimiento sostenido en el consumo interno de los dos gobiernos de Cristina. Pero ese modelo, como todos los de la democracia hasta hoy, no están hecho para sustentarse indefinidamente en el tiempo. Todo se hace para ganar elecciones, no para hacer despegar a la Argentina.
Si se mide por la inflación el gobierno de Néstor Kirchner cerró con 23% según datos del Ministerio de Economía. Venía de un 40% cuando asumió. Esa cifra se mantuvo constante durante los dos períodos de Cristina y llegó hasta un 25 según las consultoras privadas. Para Guillermo Moreno, el exsecretario de Comercio, el fin del ciclo de bonanza kirchnerista culminó con la devaluación de 2014 hecha por el ministro Áxel Kicillof. La falta de dólares y el cepo, apenas ganó CFK con el 54% de los votos en 2011. Y vino Macri y la deuda externa que hace que este oficialismo no tenga dólares para las importaciones, sumado a la sequía. La inflación del 50 % con la que se fue el macrismo y el 100% anual de Alberto Fernández.
¿Cómo creer que los políticos van a arreglar este país después de tantas décadas y generaciones de argentinos que están cada vez peor? ¿Es Milei la solución? Modesta opinión, lo que propone con sus políticas solo sería factible si el país tuviera que salir de una crisis a causa de la destrucción provocada por una guerra. Si no, miren Alemania o Japón. Acá deberá enfrentar fuerzas extremas que solo auguran un escenario de caos social. O ¿podrá implementar sus políticas con la gente adentro? Porque en la frialdad de los números sus soluciones son aplicables.
A comienzos de los 70 en Argentina la clase humilde vivía al menos de una forma digna, cuentan los que hoy pasan los 70 años. Hoy, esa pobreza se convirtió en miseria y la clase media se volvió pobre. ¿Se imagina el lector quienes son los que nunca descendieron en su nivel de vida y hasta salieron de la pobreza gracias a? Entonces surge esta reflexión: cómo no va surgir un personaje como Milei en la política, si surgió un Macri contra el kirchnerismo y ambos fracasaron. ¿Y el peronismo? se preguntará alguno. ¿No fueron peronistas los gobiernos de Menem y los Kirchner acaso? Hoy ese peronismo es una rémora de lo que fueron las políticas industrialistas y de justicia social con trabajo creadas por Juan Domingo Perón desde 1946 al 1955.
Somos pobres, nos manejan mal y pretenden que los veamos como la solución. Se creen que somos estúpidos y parece que lo somos.