Derrota de Kast, vitalidad de la rebelión

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La categórica derrota de la extrema derecha en las elecciones presidenciales no son mérito del triunfador, sino un triunfo de la rebelión de Octubre.

Con el 100% de las mesas escrutadas, la victoria de Boric sobre Kast en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales es completamente indiscutible. El candidato de la centroizquierda se impuso a la extrema derecha pinochetista con una diferencia de un 12%.

El pinochetista Kast se proponía explícitamente aplastar la rebelión contra los 30 años de neoliberalismo y pospinochetismo. Boric, pese a no representar realmente las aspiraciones de las movilizaciones de masas que pusieron en jaque al régimen, así quiso presentarse.

Pese a que la mayoría de la calle de Octubre de 2019 no tenía confianza en él, tomó como propia su candidatura de manera defensiva. Evitar que la extrema derecha llegue al poder era la prioridad. Y así sucedió.

La rebelión lo cuestionó todo, y ese todo se tambalea. Los partidos que gobiernan Chile desde hace 3 décadas quedaron afuera de la disputa presidencial. La vieja Concertación de Bachelet y la fuerza de Piñera no pudieron hacer otra cosa que mirar o lanzar comunicados de apoyo a otros candidatos.

Con el sostenimiento de Piñera en el poder estos dos largos años la Constituyente no fue capaz de transformar el régimen político chileno. Y cuando pensaba que podían lograr que todo siga como está, se demostró masivamente que eso no puede ser.

La fuerza de la rebelión, el rechazo al viejo pinochetismo reconvertido, hizo de ésta la elección con más participación en más de una década. La rebelión derrotó a quien quería ser su encarnizado enemigo, pero no tuvo aún un triunfo propio.

Boric: la «izquierda» reformista… y capituladora

Este apartado es una actualización de lo escrito al respecto en un artículo anterior.

Lejos de la campaña de histeria anticomunista contra Boric y la alianza «Apruebo Dignidad, éstos comenzaron a capitular mucho antes de tener su influencia actual, siguieron haciéndolo cada vez que pudieron, lo hacen por oficio y convicción.

La trayectoria política de Boric es bastante similar a la del ya retirado Pablo Iglesias en España, como su FA lo es con PODEMOS. Surgieron como una crítica más «radicalizada» respecto a la «izquierda» clásica a la vez que hacían sermones sobre «realismo» político a la izquierda marxista. El «realismo» de uno y otro se impuso a su «radicalidad» una y otra vez hasta ser peores que el propio viejo estalinismo.

Boric surgió como referente en las luchas estudiantiles del año 2011, cuando miles y miles se lanzaron a las calles contra la exclusión privatista del sistema universitario. Por posar durante todo ese año de más «combativo» que la conducción de la FECH (el PC y la internacionalmente conocida Camila Vallejos), los desbancó al año siguiente poniéndose a la cabeza de la principal organización estudiantil de la Universidad de Santiago de Chile.

Ya en la dirección de la FECH, comenzó la carrera y el oficio de la capitulación. El gobierno de Piñera de ese entonces quiso desmovilizar sin entregar la reivindicación básica de la movilización: la de las universidades públicas. En vez de hacer la más mínima transformación al sistema educativo mercantilizado, el gobierno presentó como solución la llamada «beca de gratuidad universitaria». Boric al frente de la FECH firmó la «concesión» y entregó la lucha al gobierno y al régimen de los 30 años. 

Pero su más nefasto rol fue el cumplido en la rebelión de 2019. Al frente de un «partido» sin militancia ni rol relevante alguno en las movilizaciones, siendo diputado votó a favor de la «Ley Antibarricadas» presentada por el gobierno de Piñera. Así es, el candidato de la «izquierda», mientras decenas de miles y millones de jóvenes confrontaban la brutal represión de los pacos, eligió la barricada de los uniformados de verde votando una ley lisa y llanamente represiva.

Fue también firmante del llamado «Acuerdo por la Paz»: se sentó con lo peor del régimen de los 30 años, con todos los partidos hijos del pinochetismo, a darle una salida, un desvío, institucional de la crisis de la calle. La «paz» debía ser garantizada por la calle, mientras los pacos al día siguiente implementaban la política pacífica de Estado matando a un estudiante en Plaza Dignidad. Fue así la quinta rueda del carro de Piñera, un rol tan lamentable que ni el viejo y desprestigiado PC quiso cumplir. Que su lista se llame «Apruebo Dignidad» para robarse las banderas de la rebelión de octubre es tan coherente como si Bolsonaro se presentara con listas con slogans sobre la tolerancia y Macri con el «partido del trabajo».

Su trayectoria política es consecuente en un solo, único, punto: el de hacer siempre lo contrario a lo dicho para ganar influencia. En cuanto los presos políticos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (una guerrilla que enfrentó al pinochetismo en sus últimos años), pasó de reivindicar públicamente su libertad a sostener que en caso de ganar no les daría ningún tipo de indulto.

Consecuente en la inconsecuencia, ahora usa el capital político ganado criticando la política de alianzas del PC tratando de ampliar «Apruebo Dignidad» a miembros y partidos de la ex Concertación de Bachelet. Boric se prueba por anticipado la banda presidencial y se mira al espejo imaginándose rodeado de funcionarios «serios»: quiere las simpatías de quienes gestionaron el ala «izquierda» del régimen de los 30 años para que sean sus ministros y secretarios.

Sectores de la institucionalidad capitalista lo miran con simpatías como el candidato de la clausura de la rebelión, el intento de desviar la movilización callejera a las urnas y la desmoralización de masas. Quieren que millones miren con expectativas, se desilusionen y vuelvan a sus casas pensando que nada puede cambiar. La de Boric es la política del Gatopardo: «Es preciso que todo cambie para que todo siga como está».

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