Más temprano, esta madrugada, una info del tipo A1 llegó a nosotros, mientras un discreto funeral es celebrado por muchos aquí respecto a la inhumación de los restos de Henry Kissinger.
El caso es que, frente al pertinaz ninguneo que la segunda de a bordo de Javier Milei sufrió sistemicamente en la última semana respecto a su imposibilidad de gerenciar los ámbitos de las carteras de Seguridad y Defensa, se debate hoy entre dos opciones, a saber: declinar su presencia en el acto de asunción en el muladar / parlamento o evitar esa suerte de strepitus foris legislativo y, en su defecto, prestarse para esa típica mascarada legislativa y subrogarse a efectivizarlo a un mes vista, luego de esa pantomima recambista.
Ello así, porque si bien, esta joven tiene un más que limitado conocimiento de la cosa pública, sabe sin tener que explicarle que no se encuentra en aptitud para cubrir una vacancia presidencial. Pero se encuentra suficientemente conteste que, cuanto tiene la argentinidad en el horizonte, no es más que un soberano pandemonium que será del todo imposible evitar y eventualmente deberá ser resuelto por una asonada militar.
Que, a diferencia de todas las anteriores, será del todo sanguinolenta, implacable y pragmática, por cuanto carecerá de los típicos influencers de la Sociedad Rural, Unión Industrial y demás miembros del rancio y vetusto establishment que, en los pretéritos gobiernos de facto, raudamente se apropiaron de las riendas en la economía.
Porque esta vez, los milicos, quienes al fin de cuentas siempre pagaron los platos rotos, no repetirán las desastradas y remañidas fórmulas del pasado. Y, además, porque los que se aprestan a estrangular este republicanismo cancerígeno, han reparado que, desde José Félix Uriburu en adelante, los golpes tuvieron una perdurabilidad demasiado efímera que, en el mejor de los casos, apenas superaron un lustro.
Merced a haber tomado nota que, allende la cordillera de Los Andes, Augusto Pinochet se tomó más de veinte años para erigir el Chile moderno. Y porque tomaron debida nota que dos décadas o incluso algo más, es un mínimo temporal para instruir y reeducar a una generación integral de argentinos, transcurridas las cuales dejarán un país en el que los recuerdos populistas constituirán una pátina borrosa y anecdótica alimentada por otro modo de ser en el que la función pública por tener ribetes de gratuidad será una carga -como con sus más y sus menos, muy compatible con el servicio militar obligatorio-. Que además, a diferencia de todas las fallidas experiencias castrenses -latinoamericanas en lo particular-, exhumarán y, por simples bandos, los fusilamientos con posterior entrega a sus deudos a los fines de no reiterar o más bien inaugurar el nunca más de sepulcros sin nombre. Siempre y cuando, en virtud a cuestiones de sobreviniente masividad, deba de recurrirse a fosas comunes como en las afueras de stalingrado.
En resumidas cuentas, por el tenor de las particularidades que no he de revelar, por lo menos en esta entrega, le aconsejamos desinteresadamente a todos los compatriotas que desoigan a todos esos pelotudos, agoreros y prometeos de una revuelta popular en ciernes. Particularmente, esos que usan boinas, pese a que no combatieron más que en paintballs barriales y también serán carne de metralla.
Porque las escabechinas que se habrán de desatar, no dejarán lugar para ninguna forma payasesca e histriónica de todos esos nacionalistas de cartón y aguardan con un inmenso anhelo les arrojen unos mendrugos para acallarlos. Quizás, si ese empellón en ciernes no resultase abortado, créanme, se distinguirá de los anteriores, por una titánica implacabilidad sin horizontes conocidos.
Enderezada dicha gimnasia flamígera por una cadencia tal que, incluso, extinguirá cualquier supuesto de dudas o cavilaciones en medio de su desempeño. Acaso porque hasta han contemplado la posibilidad -después de todo bastante humana- de hipótesis sobre defecciones in itinere.
Las confesiones una vez extractadas con “tormentos», de ser necesarias e inexorables, serán reproducidas públicamente a los estrictos fines que legisladores, jueces, industriales y ex miembros del poder ejecutivo, expongan cuanto y como alimentaron y engrosaron hasta desbordados límites sus cohechos y peculados. Descontando, va de suyo, los que palmen a mitad, comienzo o epílogo de los interrogatorios.
Una lectura fugaz y solapeada de estas líneas, podrían llevar a cualquier leedor de estas líneas, algo que nunca navegará por fuera de un episodio desteñido de cualquier tópico de literatura fantástica. , a quienes eso deduzcan, los comprendo y dispenso, tal vez, porque desconocen en lo absoluto los elementos endógenos de este plan maestro que innovará a punto tal que la redacción de la historia por venir dividirá dos períodos, ergo, todo lo que vivimos desde el desembarco de Pedro de Mendoza y cuánto viviremos en unos pocos meses.
Samuel Johnson dijo que «el patriotismo es el último refugio de un pícaro», sin perjuicio que los aprestados para asumir -léase, médicos, ingenieros, arquitectos, clérigos, industriales pymes y obviamente, militares no contaminados por la clásica viveza criolla-, solo cuentan las horas y días, para avizorar las señales, a partir de…