OPINIÓN. El presidente parece estar cada vez más solo. Desde el episodio del “Olivosgate”, ingresó en una especie de tobogán de erosión de su autoridad, dentro y fuera de la coalición oficialista.
El desprestigio venía de antes, como resultado de los considerables errores de gestión, pero la aparición de las fotos del cumpleaños de Fabiola Yáñez terminó por profundizar la tendencia. Según datos de D’Alessio IROL – Berensztein, la imagen del presidente Fernández muestra una caída constante desde marzo 2020 (momento en el que alcanzó su mejor registro). Entre marzo y julio 2021, su imagen negativa osciló entre el 57% y el 59%, pero el último mes, luego del escandalo suscitado por el “Olivosgate” rompió esta franja y alcanzó un nuevo récord: 60% de imagen negativa en agosto.
El presidente ya no se destaca como esa figura singular que le garantizaba al Frente de Todos el apoyo de sectores que de otro modo la coalición oficialista no podría seducir. De hecho, hoy posee un nivel de imagen similar al del resto del oficialismo y ni siquiera es el mejor posicionado. Lo que más destaca es el rechazo que está generando su figura: Alberto Fernández posee 60% de imagen negativa, igual que Cristina Kirchner y Sergio Berni, y superior a Axel Kicillof, Leandro Santoro, Daniel Arroyo, Victoria Tolosa Paz y Agustín Rossi.
Con la particularidad de que la imagen positiva que aún conserva el mandatario (37%) no representa un núcleo duro de apoyo como en el caso de la vicepresidenta. En este contexto, la controversial gestión de Alberto Fernández se está convirtiendo en un dilema para Cristina, ya que el efecto tóxico podría poner en juego su propio capital político. Por eso, hay quienes en el kirchnerismo comienzan a desplegar estrategias de diferenciación para “no quedar pegados” con los fracasos y decepciones de Alberto Fernández.
Lo preocupante desde el punto de vista del presidente es que esta situación de debilitamiento y soledad podría empeorar si el FDT no obtiene un resultado aceptable en las próximas elecciones. Si el oficialismo se hunde electoralmente, el mandatario será señalado como el mariscal de la derrota. Este es uno de los puntos por los cuales el escenario postelectoral se torna incierto. Un debilitamiento mayor podría obligar al presidente Fernández a hacer cambios que bajo otras circunstancias probablemente no haría: referidos a las políticas, el proceso de toma de decisiones y el equipo de gestión, es decir, cambios amplios que incluirían los qué, los cómo y los quiénes. Estas reformas alterarían por completo a su gobierno y la naturaleza de su liderazgo.
La controversial gestión de Alberto Fernández se está convirtiendo en un dilema para Cristina, ya que el efecto tóxico podría poner en juego su propio capital político.
Hasta ahora, el presidente viene excusándose de los pésimos resultados de su gestión, atribuyéndolos básicamente a la herencia recibida y la mala suerte, es decir, al pasado macrista y a la pandemia. Mala suerte que, de todas formas, resulta selectiva: es cierto que la pandemia representó un duro golpe para todos los países del mundo, pero omite mencionar el mini boom en el precio de la soja y la inyección de liquidez global, ambos factores que benefician a la economía argentina enormemente.
Esta justificación que ensaya el mandatario se confirma en la columna que escribió ayer, donde intenta resaltar que a pesar de todo su gobierno obtuvo algunos logros: por lo visto pocos lo notan, a punto tal de que tiene que escribirlos y remarcarlos constantemente. De hecho, la que suele no notar los aciertos de esta gestión es la propia Cristina, recordemos que para ella “este es un partido que no se pudo jugar”.
Lo que la columna de Alberto Fernández no menciona es que la única respuesta que encuentra hoy el gobierno para intentar seducir al votante en un contexto que le es adverso es inyectar artificialmente dinero en la economía. No hay propuestas para resolver los problemas de fondo que atraviesa la Argentina: en cambio, lo que brota desde las diferentes carteras de la administración pública son anuncios, planes o programas de cortísimo plazo y alcance limitado, en un intento desesperado por cambiar el ánimo social.
En otras palabras, en este último año y medio, los argentinos debieron sufrir verdaderos traumas en términos económicos que el presidente pretende compensar con compras en cuotas, subsidios para irse de vacaciones o préstamos a tasas preferenciales. ¿Este es el método para resolver los problemas por lo que atraviesa la economía argentina?
Está claro que no y si el presidente lo cree así entonces el problema es mayor. ¿Es un método efectivo para atraer a los votantes a una semana de las PASO y a dos meses de las generales? La hipótesis de que la democracia pueden manipularse con una catarata ruidosa de promesas y anuncios que prometen ensanchar los bolsillos por algunos meses es una falta de respeto para los votantes.